miércoles, 3 de febrero de 2010

Bares

Es de noche, no demasiado tarde.Voy caminando por la acera junto a mi amigo, y al llegar a la altura del bar, de ese bar que hace esquinazo en la plaza, de ese bar donde he pasado tanto frío y tanta hambre y tanto desamor contigo, al llegar a su altura y a su puerta, la abro y observo rápidamente las pocas mesas y a la gente en ellas.Me detengo un segundo en el umbral de esta puerta y miro. Luego vuelvo a cerrar y continuamos nuestro camino hacia otro bar, en el presente, hacia otro mundo. Yo intento olvidarme de tí, del bar, de mi acto reflejo de abrir esa puerta para buscarte.
La escena se repite en invierno, con el vaho helado saliendo de mi boca como de la de un animal de carga, y sucede de nuevo en verano, cuando aún la pegajosa luz del sol  no nos abandona, pese a la hora imposible que marcan los relojes. Da igual que tenga que resguardar las manos heladas en la profundidad de un bolsillo de paño o que parezca un turista vestido con bermudas y unas chanclas.La escena se repite, y te recuerdo con frío, o con calor,siempre el mismo bar, siempre el mismo camino para llegar hasta allí, y el mismo para tomar el metro y regresar.Tengo que abrir esa puerta, pasan los dias, los meses e incluso ya los años, y tengo que abrir esa puerta para verte otra vez, para no verte en absoluto, ni sola, ni con otros, ni con otro...

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