martes, 1 de mayo de 2012

Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos (II)

Continuamos con esta novela de Millás.
 Siguiendo las metáforas biológicas del autor, para poder hablar sobre su obra no queda más remedio que utilizar sus propios instrumentos.Así que creo que lo más fácil sería hacer una disección de este librito como si de un insecto exótico se tratara, retirando cada aparato funcional por un lado, para poder articular algo medianamente coherente.
Como todo buen biólogo debería saber, la visión cartesiana de los aparatos de un ente biológico no es más que un recurso mecanicista, que limita mucho la comprensión global del funcionamiento del ente como el todo que es. Sabiendo esto, cuidando de esto, veremos que al observar el corazón muy probablemente terminaremos en los riñones, o en quién sabe qué otro órgano. Así es la narrativa de Millás, consciente e inconscientemente.
Empezaremos, pues, por un principio :nuestro protagonista. No tiene nombre;de hecho, casi ningún personaje de la novela lo tiene, salvo Alba, la nieta postiza, y Vanessa, la prostituta. Esto quizá se deba a que son seres de los cuales el protagonista tiene otro tipo de visión, de capacidad comunicativa que requiere una total alteridad, por un motivo u otro. Son personajes que muestran unas características entitativas que permiten un anclaje de la narración en relación al eje central del protagonista. Y esto sucede porque el protagonista, efectivamente, se desdobla. Metafórica y literalmente. Millás ejerce algo de psicoanalista en esta novela fabulada; en alguna ocasión se expresa con términos estrictamente freudianos(al explicar un sueño, por ejemplo.)Nuestro protagonista es un hombre jubilado, catedrático emérito de Economía. Su vida consiste en ejercer tareas domésticas muy rutinarias,como si fuera un ama de casa, y en una débil y residual tarea profesional que piensa continuamente en abandonar. Aunque casado, está completamente solo.(no se le conocen amigos, solo los vecinos de la puerta de enfrente.) Tampoco tiene hijos, pese a tratarse de su tercer matrimonio.La descripción del día a día y del sentir de este hombre se nos muestra como profundamente patética, como una existencia fracasada, agotada en sí misma, cansada, terminada y además, estéril.El personaje reconoce que estudió y se dedicó a la economía porque en otro tiempo creía que ella era la base de la realidad, pero con el paso de este se dio cuenta de que tenía muy poco de real. Mientras tanto, su mujer, con la que no tiene, por acuerdo prematrimonial, relaciones, sigue dedicada a la vida laboral activa, también en el ámbito de la docencia universitaria, y está iniciando una dura carrera política.Esta mujer la describe Millás como hombruna, y quizás nos haga pensar en el hombre fracasado de finales del siglo XX y principios del XXI, y en que la mujer, que le ha tomado el relevo, a imagen y semejanza de él, (puesto que nació, no lo olvidemos, de su costilla, como el hombrecillo que nace de diversas partes del cuerpo del protagonista), es de alguna manera su doble y también su doble fracaso, puesto que en el epílogo se nos comunica que muere habiendo fracasado en todas sus aspiraciones. Aunque también termina por existir sexo entre ambos, que se desarrolla de forma casi onírica, con una fantasía que remite continuamente a la lengua escrita, a la escritura (¿relaciones con la musa interior?). Se pueden escribir muchas tonterías a este respecto.

En este punto de su absurda vida, vienen al rescate del protagonista los hombrecillos, que, como vimos, no son apariciones exclusivas de este libro, dentro de la narrativa de Millás. Pero como somos ignorantes del resto de la misma, sólo haremos un breve análisis de su presencia y posibles significados.  Aunque en el epílogo, de nuevo, el autor hace mención a una imaginaria literatura acerca de los famosos hombrecillos, lo cierto es que nos recuerdan no sólo a los habitantes de Lilliput, de Swift, sino también a los homúnculos de Fausto.
Los hombrecillos han aparecido y desaparecido de la vida del ex catedrático intermitentemente, y en este punto concreto de su existencia, en la que lleva puesta siempre, una bata de estar por casa, los hombrecillos comienzan a alimentarse de los trozos de pan duro que él guarda en los bolsillos de dicha prenda y que de vez en cuando mordisquea, justificando esta acción como "mi único vicio".
Los hombrecillos, pues, empiezan a manifestarse con mayor continuidad y descaro, hasta que construyen un doble del protagonista con diminutos fragmentos de su cuerpo. Este doble tendrá un vínculo telepático con él, que será más o menos intenso por momentos, hasta el punto de ser total y absoluto o de desaparecer por completo.
A partir de aquí, el hombrecillo será el detonante que hará que toda esta niebla de rutina se remueva violentamente y que vuelvan a la vida de este hombre semicadáver las emociones, el sexo, el tabaco y el alcohol, (por otro lado, vicios tratados de forma algo ridícula, como si tomarse un par de copas de vino y fumarse dos o tres cigarrillos supusiesen una enorme caída en algún tipo de vicio.) La mayor tontería que hace nuestro hombre es contratar los servicios de una prostituta, con la que no llega a hacer nada, y finalmente, sentir el impulso de matar a otro hombre, cosa que tampoco llega a hacer, contentando a su hombrecillo ( que es quien le pide todos estos excesos), con la muerte de un bogavante.
Finalmente, la marcha de su mujer a causa de un viaje de una semana, consigue que nuestro hombre, convertido en un crápula, llegue al paroxismo de su situación de ruptura consigo mismo: la rutina del orden y la limpieza ha desaparecido;se pasa la semana nadando en tabaco, alcohol, suciedad, eyaculaciones adolescentes y su propia porquería.
Llegados a este punto, los hombrecillos resinsertan en su cuerpo al ser que de este habían extraído, semejante a él y a ellos. Aquí podemos decir que la fractura ha desaparecido, la brecha se ha cerrado; la psicosis ha sanado, y, en definitiva, la crisis del burgués , explicada con otras muy diferentes palabras y temas por Hesse en El lobo estepario, entre otros, y la crisis del hombre individual, han cesado.
¿Andropausia?¿Fracaso personal?¿Generacional, social, individual?Hace también hincapié varias veces Millás en el hecho de que el personaje, a lo largo de su vida, nunca se ha sentido integrado en lo social, siempre se ha sentido un bicho raro, un extraño.Para enfatizar esto, hay algún pasaje en el que se homenajea a Kafka, haciendo las comparaciones pertinentes de la sensación de haberse convertido en un insecto.
En resumen, andropausia existencial y absurda, con un buen ritmo narrativo, que nos hace pensar en que no estaría mal, algún día de estos, abrir otra novela del autor, preferentemente de las primeras, eso sí, sin esperar algo muy distinto.Aunque me sigo quedando de momento con los artículos periodísticos.

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