lunes, 21 de enero de 2008

Fábula

Hace muchos, muchos siglos, tantos que el viento los ha enterrado vertiendo sobre ellos continentes, leyendas y oscuras brumas, existieron en el antiguo Egipto unos singulares nobles.

Eran marido y mujer, y tenían un hijo. Sucedía que temían sobre todas las cosas que su patrimonio y sus personas fueran robados, o violentados de alguna manera. Por este motivo, decidieron encerrarse en su cámara mortuoria antes de que el tiempo les llegara. Se encerraron bajo una gigantesca  pirámide que con el paso de los años, iba siendo cubierta por la fina arena del desierto. En el interior habían almacenado provisiones para los siglos venideros, y todas sus riquezas yacían sepultadas con ellos.De este modo creyeron ahuyentar todo mal de sí mismos y de su hijo.

Pero sucedió que con el natural paso del tiempo, el hijo de los nobles creció, y comenzó a añorar los tiempos en los que recordaba haber jugado a la luz del día. Cierto es que tenía mucha confusión sobre este asunto, porque siempre que había intentado llegar algo más lejos, o arriesgar igual que los otros niños, sus padres se lo habían impedido, horrorizados, y pronto le sustrajeron de todo contacto humano para llevarle al sepulcro junto al resto de la familia. Sin embargo, el joven advirtió por fin que en aquella tumba se ahogaba, que aunque sentía miedo de perder todas aquellas riquezas, debía abandonarlas, puesto que jamás tendría nada suyo si no lo alcanzaba por sí mismo.

Los previsores padres habían pensado que tal momento llegaría, y por ello, como era costumbre, habían sembrado las posibles comunicaciones de la colosal tumba con el exterior de trampas aparentemente insalvables que el joven, a todas luces, temería mucho. Todo lo hicieron por la protección del hijo, que, como una posesión más, se marchitó durante años dentro de aquel lúgubre panteón.

La desesperación creció en el corazón del joven, al ver que todos sus intentos de huir iban a suponer un esfuerzo que él suponía imposible de realizar.


Hasta que una noche, el joven soñó con un mago de ojos afilados como cuchillas, que le hizo ver que sólo podría vivir si se marchaba de la tumba, y que el único obstáculo que debía vencer, era la convicción de ser un muerto cuando no lo estaba. Para comportarse como un muerto había sido educado, y cada noche, cenaba la comida de los muertos.


El reto era enorme, puesto que el joven debía salir de sí mismo y renegar de todo para poder vivir.


Pero se armó de paciencia, sabiduría y fuerzas crecientes, y se decidió a salir de la pirámide.


Llevaría algún tiempo y quizás tendría que hacer oídos sordos a los aullidos mortuorios de los padres sepultados en vida...pero saldría.