...por prestarme el título.
La intuición del instante en el que te percibo.
Mis ojos son arrastrados detrás de la máscara de carnoso espejo,de espejo duro como el cuero.Accedo- a las vísceras, a tu dolor, al Todo que llenas con gracia infinita-por los agujeros negros de tus ojos brillantes por la fiebre. Ya mis ojos no son míos, mi tus ojos son ya tus ojos. Ahora te hallas libre de ataduras, como si una mariposa pinchada en un tablero recuperase súbitamente la vida y echase a volar.
No te encuentras ya en el aquí, ni en el ahora;te veo, te siento salir de la tierra; como un ángel hecho de un barro de elástica belleza.Así te veo, tu dulce vida vibra en todas y cada una de las cuerdas que te ligan al mundo y al devenir.
Veo el milagro que fuiste- que eras, que eres, ahora y siempre-y puedo gustar la acritud de la inocencia que se corroe con cada golpe, tallando en la madera flexible de tu ser una muesca cada vez, mientras te alzas por encima del suelo; y te veo, te veo madurar, como una flor de pantera, de escorpión, de serpiente, tan hermosa, tan venenosa, y tan seductora. Esa desazón, ¿piensas que es sólo tuya, sólo íntima, sólo en tí y para tí? No, yo la veo, la siento.Angelito negro, te veo, Veo cómo te encaminas en tu crecimiento, los ojos cada vez más deliciosamente abrasadores, veo tus hechuras desgarrar el tejido de la vida.
Tras esa cortina de nicotina y alquitrán, oigo una voz cada vez más profunda, me caigo en unos ojos cada vez más hondos; cuesta tanto, ya lo sé. Te has convertido en tí misma. Cuántos partos todavía. Y sin embargo aquí estás, frente a mis ojos, de vuelta; nunca te veo aquí. Nunca te veo allí. Siempre es en la soberbia del despliegue de tu vida.Pero el don no es mío. Sólo soy un muy torpe escriba de la magnitud de los golpes con los que destruyes la mediocridad y el tempo monocorde de la existencia.
