viernes, 31 de agosto de 2012

El Ecce Homo de Borja

Hace varios meses que no paso mis notas de lectura por este blog, por falta de tiempo más que nada.
Pero ahora que tengo un momento, un precioso instante, siento la necesidad de detenerme en medio del curso de este río literario y orillar para poder hacer referencia a este caso peculiar del Ecce Homo de Borja.

Como siempre, vayan por delante las consideraciones primarias y formales: todo el mundo conoce más o menos la historia, que ya ha trascendido las fronteras españolas y ha llegado incluso a la televisión de Estados Unidos. Cecilia Giménez, una anciana y buena mujer de la localidad aragonesa de Borja, con el consentimiento de los responsables de cuidar el patrimonio religioso (párroco, concejal de cultura, etc etc), se puso a restaurar un Ecce Homo decimonónico que, en formato de fresco, adornaba una de las paredes de la iglesia de Borja.
El resultado, como también todos hemos visto, ha sido de lo más curioso.
A mis oídos han llegado quejas bien fundamentadas de los profesionales de la restauración y estudiosos y profesionales del mundo del arte: dejar que una persona que no tiene estudios de restauración toque cualquier obra de arte, ya sea sacra o no, no parece precisamente la mejor de las ocurrencias. Si Cecilia lo hacía era porque a los anteriormente mencionados responsables de la correcta conservación del patrimonio preferían que esta buena mujer diera cuatro brochazos discretos sobre la túnica del estropeado fresco para disimular que contratar a un profesional que restaurase la pieza. A la buena de Cecilia la restauración se le fue de las manos, y los mass media han hecho el resto.
También he oído la furibunda opinión de algunos  talibanes del arte, que si por ellos fuera, encarcelarían, y a poco que les dejasen, fusilarían a nuestra abuelilla.
Yo a todo esto tengo que decir que no, que poniéndonos serios pues no está bien que las obras de arte se dejen en manos de cualquiera, que duda cabe.
También tengo que decir que en este caso concretísimo que nos ocupa, creo que con el resultado de la restauración hemos ganado mucho, y ahora trataré de explicar mi punto de vista.

A España le sobra patrimonio cultural sacro. Es cierto que probablemente mucho de este no se encuentre en las mejores condiciones de conservación, y esto no es una cuestión desdeñable. Pero la cantidad de Cristos, Vírgenes y santos de todas las especies que llenan las iglesias españolas varían muy mucho entre ellos en calidad y estética. Hay auténticos mamarrachos, monumentos al mal gusto, a lo cursi y a una beatería casposa.Y creo que un pequeño Ecce Homo del siglo XIX pintado en una pared , que no era nada del otro mundo, no es una gran pérdida comparado con la que ha montado la señora Cecilia.
El curioso intento de restauración de la buena señora se ha convertido rápidamente en una imagen que ha trascendido la iconografía meramente religiosa. Ha probado ser intercambiable casi por cualquier cara, por cualquier icono del siglo XX. Todo es el Ecce Homo de Borja y todos somos el Ecce Homo de Borja. Es la esencia misma de la parodia, del gag, de la máscara tragicómica del teatro más remoto y ancestral.
Es telúrico, totémico, barre de un rápido trazo casi todo el movimiento expresionista y lo resume en media pincelada. Es máscara carnavalesca, esencia de la risa y la agonía, o de la agonía tomada a risa.
Ya que he llegado a este punto, no me queda más remedio que terminar mi argumento: mucho he escrito sobre la maldad humana primoridial e innata a la especie, sobre la teodicea, que es uno de los leitmotiv de este blog. Pero hay algo que va intrínsecamente unido a esta maldad humana, demasiado humana, y ese algo se llama estupidez. Es ese algo de lo que estamos hechos, parte indestrucitible e inalienable de nosotros mismos, algo sin lo que no seríamos seres humanos. Cada uno cargamos con nuestra propia porción de estupidez como una cruz identitaria de la especie y de cada uno de nosotros. La estupidez es aquello que no nos deja avanzar y que se halla en casi todo lo que somos y hacemos.La concepción del Ecce Homo de Borja se ha hecho desde esa estupidez, y es por ello que puede saltar rápidamente de su sitio en una pared y convertirse en icono del siglo XXI: la estupidez por fin ha trascendido por sí misma, por fin tiene cara. Por fin alguien se atreve a decirnos universalmente que tenemos un grave problema, y que no seremos poco más que unos primates estúpidos y crueles mientras no tratemos de solucionarlo.
Por todo esto, y por mucho más, me declaro fan incondicional de esta obra de art brut.