silenciosos lectores aquí y allá, separados unos de otros, inmersos cada cual en su mundo, se repartían por el paseo ajardinado como estatuas vivientes, como gigantes mitológicos devoradores de fábulas.
Reírse de otro es tratar de alejar los propios fantasmas. Quien más se burla de los demás es digno de lástima; está completamente cercado por sus miedos.