martes, 21 de mayo de 2013

Una de los nuestros

Siempre le había costado bastante relacionarse con los demás. Lo que había hecho de ella una tía con carácter. Tenía una personalidad fuerte y mucho genio. Disponía de un mundo interior vasto y complejo. En cierto modo, se había acostumbrado a ser una rara avis, a tener períodos de soledad. Ella se decía a sí misma que ya estaba acostumbrada, que no le importaban; se había acostumbrado tanto a ellos, que eran parte de su vida y no había mucho más que decir al respecto.
Y había sido muchos años así, realmente. No fue consciente de cuándo comenzó exáctamente el cambio. Aunque sí podría rastrearse en su biografía el momento en que comenzó la situación que acabó en ese cambio.
En su nuevo trabajo, las relaciones sociales eran más complicadas que en un  grupo familiar de simios en plena jungla africana. Esnobismo, idiotez y papanatismo se aliaban para dar la espalda a los nuevos compañeros de trabajo. Los necios cerraban filas como un sólo hombre en torno al más recalcitrante cretinismo. Es un principio antropológico conductual universalmente conocido que la coherencia e identidad de un grupo humano sólo puede existir mediante la exclusión de los que no son como nosotros. Así que de entrada, esto le sucedió a ella, que, resignadamente, se juntó con el resto de excluídos. Y en este grupo  encontró en poco tiempo un novio, y también un puñado de amigos.

Su novio no tardó en cambiarse a otro trabajo, por lo que ella tomó la costumbre de salir con los amigos después de trabajar, ya que los horarios eran algo incompatibles. Así que pasó horas y horas con ellos, y con uno más que con los demás. Fueron tardes y tardes de meriendas, cañas, a veces de copas y comidas o cenas, paseos, compras.Pasaron los años y el grupito de esnobs se fracturó. Muchos de sus miembros se marcharon a otros trabajos, y entró gente nueva dispuesta a coger el relevo de la idiotez. Pero estos a ella ya la encontraron prevenida. Poco a poco se encontró entre ellos nadando como pez en el agua. Consiguió dar con la clave, la clave que durante toda su vida la había mantenido apartada de la popularidad american style : se trataba, lisa y llanamente, de transigir. De actuar y no pensar, de dejarse llevar, de entrar en la dinámica sin objetar. Aunque por supuesto, ello significara dejar de lado sus ideas o sus puntos de vista. Se estaba muy a gusto siendo borrego entre borregos. Pero la felicidad tenía un precio.La felicidad exigía un sacrificio, y no era ni más ni menos que renunciar a ese amigo que había estado con ella durante los años de soledad, de apartamiento. Ese individuo, que seguía tozudamente empeñado en denunciar la imbecilidad reinante, en preferir la soledad de la individualidad a la estulticia del rebaño, estaba creándole conflictos. Era un obstáculo entre ella y su nuevo estatus.Molestaba mucho. Ya no era un amigo, era un saco de problemas.
Había comprendido, y sabía que ser aceptada por la manada de babuinos tiene un precio. En eso consiste molar: en que todo te dé igual. Se preparó para el sacrificio, que en realidad tenía también  algo de suicidio. Hechos consumados sin derecho a réplica. Todo tiene un precio en esta vida.