martes, 6 de agosto de 2013

The boy with the flower in his ass

Nacimos con unos meses de diferencia, que no alcanzaban el año. Él, naturalmente, nació antes.Yo siempre fui un buen estudiante, pero lo suyo era otra cosa. Iba un curso por delante de lo que le correspondía en el colegio, y terminó sus estudios universitarios dos años antes que yo. 

Él tenía una amantísima familia que le apoyaba en todos sus planes y decisiones, mientras que la mía no hacía otra cosa más que convertir todas las elucubraciones de mi voluntad en dramas, tragedias y herejías.
Las casualidades quisieron que tuviéramos que someternos a tratamiento médico por la misma cosa, y su cuerpo absorbió y metabolizó las medicinas que era cosa de maravilla, mientras que el mío a duras penas iba tirando.
No tuvo muchas novias, pero las que tuvo las tuvo porque se le tiraban encima, mientras que yo sí tuve unas cuántas, que hube de conquistar tras arduos esfuerzos y múltiples impactos de calabaza.
Estando así las cosas, un buen día se despertó con un trabajo maravilloso, un piso en en el centro de la ciudad y un bebé llorón al que sacar a pasear en su monovolumen, todo esto compartido con la última mujer de su historial. Ella era una profesional a su altura, divertida, creativa, imaginativa (todas estas cualidades de las que él no andaba sobrado), parlanchina, irritante, amante de todo tipo de manualidades absurdas que pareciesen fashioncool y amiga de sus amigos, que  le obsequió con un ridículo perro Yorkshire.
Así eran la vida para él al llegar ese momento.
Quizás en gran parte las cosas fueron por suerte, y por disponer de mayor talento. Pero el crimen que nuestro gran chico cometió no fue el dejar de lado al amigo cuando la vida empezó a sonreirle en todo su esplendor (¿o realmente no era así...?). No. El crimen fue venderse al conformismo, matar la capacidad crítica de su inteligencia y decidir que a partir de ese momento, las riendas de su vida las llevarían otros.
Tanto luchar (o no tanto), para llegar a ser "alguien", y todo para alcanzar ese punto en que poder ansiosamente dejar de ser, de pensar, de elegir.
Bajo esa apariencia de triunfador siempre había sido un cobarde y un mentiroso.Inteligente, eso sí. De una inteligencia maquiavélica y calculadora de sucio burócrata mezquino.Que por mucho que fingiera divertirse al disfrazarse  de mamarracho en un bar de Malasaña alquilado a tal efecto por su señora para proclamar un lamentable peterpanismo, la cruda realidad es que nunca fue joven, sólo un pequeño ser amargado e incapaz de amar.

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